jueves, 11 de diciembre de 2008

El amaño

El buen nombre del Athletic está en entredicho. El presunto amaño del partido con el Levante pesa sobre el prestigio del club, cuya historia no merece la menor insinuación sobre un deplorable acto de soborno. Más que el silencio, al Athletic le conviene desvelar la verdad con todas sus consecuencias. Esperemos que para proclamar su honradez. No hay un descrédito comparable en el deporte que la corrupción. Es una obligación de higiene y credibilidad esclarecer todos los datos de este turbio suceso.

El incidente ha generado una sensación de incredulidad. Nadie está preparado para que su club reciba la acusación de corrupto y mafioso. La simple insinuación ya resulta extraordinariamente dañina. Nada hace al Athletic moralmente superior a cualquier otro club, pero su larga historia merece el máximo respeto de sus dirigentes.

Durante más de un siglo, el Athletic ha querido distinguirse por el trabajo bien hecho. No siempre lo ha conseguido, pero el club siempre pretendió erigirse en un faro de honestidad y coherencia. Así ocurrió desde su fundación. El resultado fue un club singular y modélico en muchos aspectos, un club orgulloso que ha producido un seguimiento casi religioso entre sus aficionados.

Es el Athletic que edificó el fútbol español en los primeros años del siglo XX. Es el equipo que dominó los años de la preguerra. Es la institución que vio a muchos de sus mejores futbolistas exiliarse por defender al gobierno legítimamente constituido. Es el club que sirvió como refugio a tantas ilusiones perdidas durante el franquismo. Es el mismo que estuvo a la altura de los cambios que produjeron en la difícil transición política.

Es el Athletic de Pichichi, Belauste, Zubieta, Iraragorri, Zarra, Panizo, Gainza, Iribar, Rojo, Zubizarreta, Goikoetxea, Dani y Sarabia. ¿Cómo olvidar su legado? ¿Cómo permitir que se ensucie su nombre? Los dirigentes del Athletic tienen que animar una profunda investigación. No importa que la acusación proceda del exterior. Si es incierta, existe la misma obligación de denunciar la trama, aclarar los hechos y pedir cuentas. Está en juego la honradez de un club centenario.

No hay Primera división que merezca la pena si está conseguida con sobornos y engaños. Entrar en la lógica mafiosa es el acto más detestable de comportamiento. La primera obligación del Athletic es denunciar a quienes le denuncian, colaborar noblemente con las investigaciones y aclarar este triste suceso. El silencio no le conviene nada. Puede que le sirva como estrategia judicial, pero esconde una sospechosa falta de empaque.

El episodio es revelador de los tiempos que corren. Ojalá el buen nombre del Athletic salga preservado. Y ojalá este suceso sirva para que aflore la claridad en el fútbol. Como tantos otros clubes, el Athletic no es ajeno al oscurantismo, a la falta de transparencia, a las dudas que provocan los incesantes y no siempre bien justificados movimientos en el mercado, a los escándalos por dopaje, a las deudas políticas, a la instauración de una corte amiguista, poco profesional y con tendencia al nepotismo, que prevalece en la institución desde hace décadas.

Ahora se abre una excelente oportunidad para ventilar el club. Este caso, por desagradable que parezca, tendrá la virtud de mostrar el verdadero material del que están hechos los dirigentes del Athletic. Y si están a altura de la historia, o no. Lo cierto y verdad es que la red ya se ha roto.

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