El fútbol ya no se practica en las calles y plazas de mi pueblo. Ahora sólo se hace en el club o escuela de fútbol y en la PlayStation.
Yo soy del ochenta, esa generación que creció entre parques, bancales, descampados, asfalto y cocheras. Soy de la quinta que llegaba tarde a casa con las rodillas sangrando y que al día siguiente su madre le bordaba un parche con la estampa Mazinguer Zeta. Soy del Tango, el Etrusco y el Questra. Soy de los que soñaban con ser Oliver o Benji.
El boom inmobiliario y las nuevas tecnologías se han encargado de eliminar la imagen de niños jugando en mitad de la calle, recogiendo el balón al paso de un coche con la cara llena de Nocilla.
Jugar contra niños dos o tres años mayores que tú y aprender a base de goleadas, eso eran lecciones de verdad. La libertad que proporcionaba la calle, aceleraba el aprendizaje y seleccionaba el talento. Uno se formaba por observación. Cuando te metían el brazo en el pecho para proteger el balón dos veces, instintivamente lo absorbias y lo aplicabas en la siguiente jugada.
Ahora desgraciadamente observo niños sobreprotegidos, mimados y consentidos a los que no les falta ni un capricho. Tienen las últimas botas fosforitas del mercado, espinilleras personalizadas y hasta un perfil en instagram con apenas diez años. No juegan en la calle o lo hacen como presos ante la atenta mirada de papá o mamá.
Esto ha provocado la desaparición del niño "callejerus" en sustitución del niño "sobreprotegidus". ¿Diferencia? La principal, el volumen de horas que el niño pasa con el balón. Hemos pasado de cuatro o cinco horas al día jugando a la pelota, a solo hacerlo durante cuatro a la semana en los entrenamientos del equipo y el partido del fin de semana. Chispa y picardía han sido sustituidos por actitudes más automatizadas. Por supuesto generalizo.
El juego de la calle era puro, complejo y competitivo. "¡Diez minutos o dos goles!" y saltaban chispas. La reducción de espacios, jugar con la calzada, con un pico de una puerta o una loseta rota, con un banco de medio metro de altura como portería o pudiendo utilizar la pared del muro como recurso, constituían un hábitat que ayudaba a desarrollar habilidades que actualmente no pueden adquirirse en la escuela de fútbol. No pretendo comparar. Este post no va de eso. Ni la calle es la mejor escuela, ni la escuela aporta las herramientas que proporcionaba la calle.
Infografía de Enric Soriano
En la calle era necesario intuir el bote del balón, adaptarse a la superficie y al mismo tiempo estar atento a que el dueño de la tienda no te quitara el balón. Eso amigos espabila la mente. El resto de juegos de calle como "el bote", "el pillao", "los polis y cacos", "un, dos, tres, pollito inglés", etc también formaban parte de la cultura del barrio y dotaban al niño de actitudes relacionadas, entre otras, con la agudeza mental. En la era de las nuevas tecnologías la relación del niño con iPad, smartphone o pc durante horas está transformando todo, dando como resultado modificaciones en la estructura cerebral, creando una nueva generación de niños con déficit de atención y problemas de aprendizaje (Ver artículo)
Otro aspecto importante a tener en cuenta es el sentimiento de pertenencia que te daba la calle. Sentir que formabas parte de algo que iba más alla del equipo de fútbol. Nada implica más emocionalmente a un niño que su pandilla de amigos. En la actualidad se ha normalizado que un niño pase por varias escuelas o clubes de fútbol. Así es muy complicado forjar este sentimiento.
Resulta hasta extraño ver a un niño con un balón en mitad de la calzada. Cuando veo esa escena suelo hacer una foto. Como si se tratara de una imagen en peligro de extinción. La realidad es que faltan futbolistas de calle, con genio, carácter y desparpajo. La generación campeona de dos Eurocopas y un Mundial con España posiblemente represente la última que ha transitado entre la calle y el césped artificial.
El fútbol sin la calle pierde creatividad. En Holanda o Francia todavía existe una cultura entorno al fútbol de barrio. Precisamente fue la vieja escuela holandesa la primera que supo aprovechar el talento de la calle para reeducarlo y adaptarlo a la metodología y el contexto formativo y profesional.
Me gustaría cerrar este post precisamente con uno de los arquitectos de este concepto, Cruyff que a través de su fundación llevó el fútbol a la calle "ahora es un momento en el que los jóvenes se quedan delante del ordenador mucho tiempo y pienso que es bueno que practiquen deporte y tengan espacios donde poder disfrutar de esta práctica".
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