martes, 16 de septiembre de 2008

La tragedia edifico la leyenda del Manchester


Inglaterra nunca olvida a sus héroes. Sembrado de estatuas de reyes y generales, el país jamás se desvincula de su pasado. Tampoco es desmemoriado con poetas, músicos y científicos. Es una nación que honra perennemente a sus campeones. Les hace sentirse más ingleses. Esta característica, menos frecuente de lo que parecen en otros lugares, define el vínculo de Inglaterra con la historia. También en el fútbol.

Dos tragedias iguales no tienen el mismo valor sentimental en distintos países. Hoy se cumple el cincuentenario de la catástrofe de Munich, donde ocho jugadores del Manchester United, y otros 15 pasajeros, murieron cuando se estrelló el avión que les trasladaba a su ciudad. Nueve años antes, todos los jugadores del Torino perecieron al estrellarse su avión en la basílica de Superga. Entre ellos figuraba el mejor futbolista de la época, Valentino Mazzola. La memoria sigue mucho más viva en el accidente del Manchester que en la tragedia del Torino. Así son los ingleses. No hay pueblo más identificado con sus símbolos. De ahí viene su obsesión por la Copa del Mundo de 1966. Han pasado 42 años, pero ahí sigue firme en imaginario colectivo. Lo mismo sucede con la catástrofe de Munich, en algún sentido más reciente que nunca.

Dicen que el equipo estaba destinado a la grandeza. Eran jóvenes y buenos, una combinación insuperable cuando se mide el impacto de la muerte. En eso, el Manchester United ha oficiado la liturgia mejor que nadie. El equipo había conquistado los campeonatos de 1955-56 y 1956-57, pero la conquista fue mayor después de la tragedia. La muerte hizo incomparables a los Busby Babes. Nadie puso límites a lo que podría haber ganado aquel equipo. La eternidad le ha convertido en el campeón de campeones.

En la temporada 57-58, el Manchester United trataba de defender el orgullo del fútbol inglés. Al inicial desprecio por la Copa de Europa siguió el interés por demostrar una supremacía que no se correspondía con la realidad. Inglaterra había fracasado en los Mundiales, y especialmente en el de Brasil 1950, donde perdió con España y Estados Unidos. Los muchachos de Busby tenían como objetivo acabar con la hegemonía del Real Madrid. Un año antes, Di Stéfano se había adueñado de Old Trafford. Cuando el equipo inglés regresaba victorioso de la eliminatoria frente al Estrella Roja de Belgrado, se consideró que el duelo final con el Real Madrid sería inevitable.

En el avión estaba concentrado lo mejor y más novedoso del fútbol inglés. A la cabeza, el joven Duncan Edwards, cuyo mito ha alcanzado proporciones sobrehumanas. Tenía 21 años y era un centrocampista total: poderoso, con buena técnica, dos pies para pasar y rematar, competitivo y carismático. Tres años antes había debutado en la selección. Encabezaba un equipo donde destacaban Roger Byrne, Dennis Viollet y el goleador Tommy Taylor. En la punta izquierda, el joven Bobby Charlton era la gran promesa del fútbol inglés. Contaba 18 años.

Regresaban de Belgrado en un día inclemente. El avión aterrizó en Munich para repostar y seguir viaje hacia Inglaterra. En los pasajeros presidía la inquietud, que se incrementó tras el fracaso de los primeros intentos de despegue. El hielo amenazaba la maniobra, pero el capitán Thain emprendió un nuevo intento. El aparato, un Elizabethean de la compañía BEA, no logró elevarse. Perdió velocidad en el último tramo de la pista, probablemente debido al hielo, y se estrelló contra la red de seguridad del aeropuerto. Luego, golpeó a un camión cargado de gasolina y se empotró contra una casa. Eran las 15.04 horas.

Cada día, el reloj de Old Trafford señala inmóvil el momento de la catástrofe.
Murieron siete jugadores en el acto: Tommy Taylor, Roger Byrne, Eddie Colman, David Pegg, Liam Whelan, Geoff Bent y Mark Jones. Otro fue trasladado con urgencia a un hospital. Era Duncan Edwards. Durante 15 días luchó contra la muerte, lo mismo que Matt Busby, el entrenador escocés que había forjado el equipo. Edwards murió. Otras 15 personas (ocho periodistas, dos técnicos, un directivo, un azafato, el copiloto, un agente de viaje y un aficionado) fallecieron en el accidente. Busby se salvó, lo mismo que Charlton, cuya temprana alopecia se debió al impacto anímico del suceso. Sobrevivieron Dennis Viollet, Harry Gregg, Bill Foulkes, Jackie Blanchflower, Johnny Berry, Ray Word, Kenny Morgans y Albert Scanlon.

Inglaterra reaccionó con dolor y generosidad. El Manchester recibió algunos jugadores cedidos por equipos de la Primera División. Contra pronóstico, alcanzó la final de la Copa, que perdió frente al Bolton Wanderers, pero sólo ganó uno de los partidos de Liga que disputó tras el accidente. Diez años después, Busby dirigió otro gran equipo, con dos supervivientes de Munich: el poderoso Foulkes y Bobby Charlton, convertido en una estrella mundial. Eran el vínculo con el pasado y los portadores del mito que se había creado alrededor del club, representado en 1968 por George Best, el jugador que definió los sesenta en Inglaterra.

Han pasado 50 años desde el accidente de Munich. El Manchester United se hizo fuerte y venerado. Convirtió la tragedia en una fuente de inspiración para sus jugadores y aficionados. Hizo lo que se espera de los ingleses: proyectarse desde el pasado. Se desgarró el equipo, pero se construyó un mito. En gran medida, el United debe su gloria actual a aquel desastre. Hoy lo recuerda un gran cartel de tributo con aquellos jugadores alineados, y con el anagrama de AIG, la multinacional aseguradora que patrocina el equipo. No puede ser de otra manera en el club que más y mejor ha mezclado el fútbol con los negocios. Es el signo de los tiempos: todo puede venderse, todo es comercio. Hasta la muerte.

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