Para la introducción de este artículo, necesitaba obligatoriamente comenzar citando unas líneas encontradas en internet, que me sirvieron como concepto general. Cito literalmente - "Un importante sociólogo norteamericano ha utilizado la idea de "capital social" para explicar qué es lo que caracteriza a una sociedad fuerte, con altos niveles de cooperación entre los distintos grupos y redes sociales".
Al día siguiente del choque entre el Barcelona y el Real Madrid, esta referencia a la noción de 'capital social' me llevó a pensar en la relación que existe entre fútbol, política y vida cotidiana. Como siempre intento buscar los paralelismos con un, por ejemplo, Marbella - Caravaca. Convertido en fenómeno de masas, como todos sabemos, el fútbol se ha transformado en uno de los principales vehículos de cohesión social. El fútbol educa, da que hablar, penetra en nuestras vidas gracias a su enorme fuerza, expresada en imágenes, personajes, gestos y en nuestro caso, memorias de un ascenso o de una realidad no esperada, que ironicamente se convierte en un problema. Pero la proyección mediática del deporte tiene una serie de consecuencias perversas que, en lugar de reforzar, debilitan el entramado social. No disponer de toda la información necesaria para debatir un tema, provoca que los comentarios que van encadenándose, no tengan credibilidad ni argumentos fiables.
Está claro que el fútbol distrae y contribuye a separar la frontera entre la actualidad y el entretenimiento. Porque es sorprendente la capacidad que tiene para ponernos a todos en la posición del juez competente para valorar si hubo falta o no, qué habría pasado si la alineación hubiera sido otra, o si el resultado puede ser considerado justo, sobre todo cuando nuestro equipo va primero en la clasificación y hasta ese momento no le habiamos hecho ni caso. Entonces todos sacamos pecho, y opinamos hasta de lo que no tenemos ni "puta" idea.
El fútbol es, para lo bueno y para lo malo, democrático. Con el fútbol se produce la extraña ilusión de que todo el mundo puede tener una opinión propia. Una ilusión que se vuelve peligrosa cuando se hace sin pensar detenidamente, y esto también se traslada a otros ámbitos de la vida.
Está claro que el fútbol distrae y contribuye a separar la frontera entre la actualidad y el entretenimiento. Porque es sorprendente la capacidad que tiene para ponernos a todos en la posición del juez competente para valorar si hubo falta o no, qué habría pasado si la alineación hubiera sido otra, o si el resultado puede ser considerado justo, sobre todo cuando nuestro equipo va primero en la clasificación y hasta ese momento no le habiamos hecho ni caso. Entonces todos sacamos pecho, y opinamos hasta de lo que no tenemos ni "puta" idea.
El fútbol es, para lo bueno y para lo malo, democrático. Con el fútbol se produce la extraña ilusión de que todo el mundo puede tener una opinión propia. Una ilusión que se vuelve peligrosa cuando se hace sin pensar detenidamente, y esto también se traslada a otros ámbitos de la vida.
Una sociedad fuerte, además de creer y compartir una pasión, tiene que saber poner las cosas en su lugar, el fútbol en el lugar del fútbol y la política en el lugar de la política. Ese "capital social" que nos hará fuerte, debe obtenerse "por un alto nivel de cooperación entre los distintos grupos y redes sociales", es decir, por aficionados y entidades privadas. Sé bien que pedir esto, en un entorno como el nuestro, de ámbito local, es pedir mucho. Adecuadamente jaleado, el pequeño entrenador que todos llevamos dentro acabará creyéndose capaz de opinar, sobre un fuera de juego o sobre las decisiones que toma un ayuntamiento apresado por sus limitaciones. Da lo mismo que no sepa de lo que está hablando. Y lo peor es que tiende a pensar que todas las opiniones valen lo mismo, como en el fútbol. Que la vida no es más que un juego, como el fútbol.
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