De vez en cuando le ven por el norte de Madrid repostando en una gasolinera, esperando mesa en algún restaurante italiano o recogiendo a sus hijos a la puerta del Liceo Francés entre una riada de niños distraídos que ya no le identifican con un dios. El año pasado apareció por Valdebebas y jugó algunos partiditos con los veteranos del Madrid. Hubo quien se quedó perplejo ante su estado físico. "¿Pero cómo es posible que te hayas retirado? Si todavía podrías estar jugando...", le preguntaron. Por toda respuesta obtuvieron ese susurro misterioso, ese movimiento de los hombros como un aleteo y esa mirada extrañada de cernícalo.
Dicen sus amigos que Zinedine Zidane tiene pánico a hablar en público. Es un tipo tan raro que le resulta imposible mentir a conciencia, consecuencia casi inevitable de cualquier exposición pública. Sigue enfundado en sus viejos vaqueros, lleva los mismos zapatos de cuero negro que gastaba cuando estaba en activo y las camisas de algodón le sientan igual. A sus 37 años, habla tan poco como cuando tenía 17 y cuando lo hace va liberando palabras con un hilo susurrante y entrecortado que amenaza con interrumpirse. Pronuncia cada sílaba con una inquietud adherida. El timbre de su voz es juvenil, casi pueril. Como si una parte de su alma siguiese deambulando por las plazuelas de La Castellane, su viejo barrio marsellés, colgado de una colina. A pesar de haber vivido durante 17 años metido hasta las cejas en un negocio que somete a niños y adultos a complicadas tensiones físicas y morales, ha salido de la picadora de carne con tantas ganas de pasar inadvertido como de sentir que puede hacer lo que él llama "algo importante".
"Algo importante", para Zidane, no es acudir todos los domingos al palco del Bernabéu a entablar relaciones con la élite empresarial española. A pesar de que su amigo Florentino Pérez le ha ofrecido el cargo que quiera, ha preferido representar al Madrid sólo en casos especiales y siempre sin cobrar. Desde que dejó el fútbol profesional, dedica el tiempo a la familia, a los amigos, a colaborar con un par de patrocinadores y a la Asociación Europea Contra la Leucodistrofia (ELA), enfermedad degenerativa que destruye el sistema nervioso y que afecta sobre todo a niños. "Soy el padrino de la ELA en Francia y estoy encantado", dice; "hemos conseguido ayudar a muchas familias, a muchos niños, para que puedan tratarse, vivir con normalidad, estudiar... Siento que estoy haciendo algo importante".
La mayoría de los grandes futbolistas, después de alcanzar la condición de símbolos, se retiran en busca de nuevas satisfacciones relacionadas con el poder: negocios, cargos en organismos administrativos, cargos de representación, presidencia de clubes y dirección técnica de grandes equipos. A Zidane todo esto le importa menos que una higa. "¿Qué puedo decirle?", se encoge de hombros y sonríe; "nunca pensé en ganarme la vida como me la gané. No jugué al fútbol para ganar dinero. Jugué al fútbol porque nunca pensé que pudiera hacer otra cosa. Y el fútbol me dio todo. Y cuando digo todo es todo. Dinero, valores... Ahora sólo quiero una cosa: poder transmitir a todos lo que aprendí. Para que, por lo menos, haya un referente. No digo que yo sea un referente, pero los niños tienen que pensar siempre en eso. Mi referente fue Enzo Francescoli. Siempre quería ser Enzo: admiraba esa idea de nobleza, de trabajo, de esfuerzo...".
Una vez retirado del fútbol, en vez de intentar explorar nuevos negocios, Zidane hizo el viaje de retorno. Se propuso conocer personalmente a su ídolo de la infancia, el uruguayo Enzo Francescoli, al que descubrió como hincha, cuando acudía al Velódromo de Marsella a ver al Olympique hace más de 20 años. "Sin saberlo, Enzo me ayudó para todo", recuerda; "cuando tienes 14, 15, 16 años... Es la peor edad. Te preguntas qué vas a hacer, contestas a tu padre, te juntas con quien no debes y eres fácilmente influenciable. Ahí tienes que tener algo a lo que aferrarte para concentrarte en algo importante. Para mí, fue Enzo. Cuando se lo digo, se alegra, pero no entiende exactamente cómo me ayudó. Además, cuando le veo, no hablamos de igual a igual. Mi sensación de respeto me contiene. Él ha sido... Cuando le conocí, me impresioné aún más. Me dije: 'Al final, he tenido razón'. Tuve una buena intuición".
Desde hace semanas, Zidane y Francescoli se han unido en un proyecto común. Apadrinan la academia de fútbol Cracks, que a partir del próximo 15 de marzo reunirá en Madrid a jugadores mayores de 16 años seleccionados en varios países entre jóvenes que aspiran a ser profesionales. Sus actividades se televisarán con formato de reality show y, al final del curso, se elegirá a un ganador cuyo premio consistirá en hacer la próxima pretemporada con un equipo de la Liga.
"El fútbol se empieza a jugar en la calle", explica el francés; "ahí aprendes que no estás solo en el mundo y que hay otros que quieren lo mismo que tú, que te pueden ayudar si tú los ayudas. A mí me gusta ver el tenis, pero no podría haber hecho una carrera en el tenis. Me gusta estar con los compañeros. Cuando intercambias cosas con otros, mejoras. En la academia del Cannes, con 14 años, me enseñaron esto. Los verdaderos límites los encuentras en las escuelas porque en la calle, cuando acaba el partido, haces lo que quieres. En la academia hay reglas. Reglas para dormir, reglas para levantarse de la cama, reglas para comer... Toda mi vida ha sido así".
"Ahora los chicos tienen mucha presión", observa; "pero el fútbol es así. Yo también tenía esa presión con 15 años. La presión de estar siempre a tope, la presión de tener que ganar... Y para eso tienes que dormir bien, comer bien... Si todos los días te impones comer sano, eso es una buena presión. Una presión que yo quería. La presión mala es la que te obliga a ser el mejor del mundo. A mis hijos les digo que pueden jugar sin tener que ser los mejores. Yo tampoco he sido el mejor. Pero lo he intentado".
"Cristiano Ronaldo", se asombra Zidane, "quiere ser el mejor. Y lo dice. Pero, cuando tiene la fuerza que tiene... Una cosa es decirlo y otra hacerlo. Él lo dice y después madruga para presentarse en Valdebebas a las ocho de la mañana, dos horas antes de lo previsto. Y ahí se queda seis horas. La gente dice que es un chulo, pero es noble. Buen chico y trabajador. Jugando cada tres días, no puede hacer tonterías y lo sabe. Le da igual meterse presión. Si le silban, le da igual. Al contrario. ¡Le gusta! Está mejor así. A mí que me silbaran no me gustaba nada. Y él habla. Yo, si puedo evitar hablar, no hablo".
Casi obligado por gentileza a hablar del Madrid actual, su análisis es tan radical como cabe esperar de un espíritu libre: "En mi época, como ahora, el Madrid también era un equipo construido para los atacantes. ¿Por qué? Porque un equipo así se hace para que reciba uno, dos goles por partido, porque se lo puede permitir. Porque con esos jugadores tú puedes ir y marcar tres goles por partido. Es lo que hacíamos cuando estaba yo. ¡Siempre ha sido así! Es una filosofía que no gusta a todos, pero no es descabellada si tienes buenos defensores. Tienes a Pepe, Sergio, Garay, Albiol... De todos modos, siempre te harán algún gol. A mí me gustaba porque así volvíamos y hacíamos más. Ronaldo, Figo, Raúl, yo... Era un estímulo. Es lo que... El fútbol es bonito cuando no se sabe nunca lo que va a pasar".
Dicen sus amigos que Zinedine Zidane tiene pánico a hablar en público. Es un tipo tan raro que le resulta imposible mentir a conciencia, consecuencia casi inevitable de cualquier exposición pública. Sigue enfundado en sus viejos vaqueros, lleva los mismos zapatos de cuero negro que gastaba cuando estaba en activo y las camisas de algodón le sientan igual. A sus 37 años, habla tan poco como cuando tenía 17 y cuando lo hace va liberando palabras con un hilo susurrante y entrecortado que amenaza con interrumpirse. Pronuncia cada sílaba con una inquietud adherida. El timbre de su voz es juvenil, casi pueril. Como si una parte de su alma siguiese deambulando por las plazuelas de La Castellane, su viejo barrio marsellés, colgado de una colina. A pesar de haber vivido durante 17 años metido hasta las cejas en un negocio que somete a niños y adultos a complicadas tensiones físicas y morales, ha salido de la picadora de carne con tantas ganas de pasar inadvertido como de sentir que puede hacer lo que él llama "algo importante".
"Algo importante", para Zidane, no es acudir todos los domingos al palco del Bernabéu a entablar relaciones con la élite empresarial española. A pesar de que su amigo Florentino Pérez le ha ofrecido el cargo que quiera, ha preferido representar al Madrid sólo en casos especiales y siempre sin cobrar. Desde que dejó el fútbol profesional, dedica el tiempo a la familia, a los amigos, a colaborar con un par de patrocinadores y a la Asociación Europea Contra la Leucodistrofia (ELA), enfermedad degenerativa que destruye el sistema nervioso y que afecta sobre todo a niños. "Soy el padrino de la ELA en Francia y estoy encantado", dice; "hemos conseguido ayudar a muchas familias, a muchos niños, para que puedan tratarse, vivir con normalidad, estudiar... Siento que estoy haciendo algo importante".
La mayoría de los grandes futbolistas, después de alcanzar la condición de símbolos, se retiran en busca de nuevas satisfacciones relacionadas con el poder: negocios, cargos en organismos administrativos, cargos de representación, presidencia de clubes y dirección técnica de grandes equipos. A Zidane todo esto le importa menos que una higa. "¿Qué puedo decirle?", se encoge de hombros y sonríe; "nunca pensé en ganarme la vida como me la gané. No jugué al fútbol para ganar dinero. Jugué al fútbol porque nunca pensé que pudiera hacer otra cosa. Y el fútbol me dio todo. Y cuando digo todo es todo. Dinero, valores... Ahora sólo quiero una cosa: poder transmitir a todos lo que aprendí. Para que, por lo menos, haya un referente. No digo que yo sea un referente, pero los niños tienen que pensar siempre en eso. Mi referente fue Enzo Francescoli. Siempre quería ser Enzo: admiraba esa idea de nobleza, de trabajo, de esfuerzo...".
Una vez retirado del fútbol, en vez de intentar explorar nuevos negocios, Zidane hizo el viaje de retorno. Se propuso conocer personalmente a su ídolo de la infancia, el uruguayo Enzo Francescoli, al que descubrió como hincha, cuando acudía al Velódromo de Marsella a ver al Olympique hace más de 20 años. "Sin saberlo, Enzo me ayudó para todo", recuerda; "cuando tienes 14, 15, 16 años... Es la peor edad. Te preguntas qué vas a hacer, contestas a tu padre, te juntas con quien no debes y eres fácilmente influenciable. Ahí tienes que tener algo a lo que aferrarte para concentrarte en algo importante. Para mí, fue Enzo. Cuando se lo digo, se alegra, pero no entiende exactamente cómo me ayudó. Además, cuando le veo, no hablamos de igual a igual. Mi sensación de respeto me contiene. Él ha sido... Cuando le conocí, me impresioné aún más. Me dije: 'Al final, he tenido razón'. Tuve una buena intuición".
Desde hace semanas, Zidane y Francescoli se han unido en un proyecto común. Apadrinan la academia de fútbol Cracks, que a partir del próximo 15 de marzo reunirá en Madrid a jugadores mayores de 16 años seleccionados en varios países entre jóvenes que aspiran a ser profesionales. Sus actividades se televisarán con formato de reality show y, al final del curso, se elegirá a un ganador cuyo premio consistirá en hacer la próxima pretemporada con un equipo de la Liga.
"El fútbol se empieza a jugar en la calle", explica el francés; "ahí aprendes que no estás solo en el mundo y que hay otros que quieren lo mismo que tú, que te pueden ayudar si tú los ayudas. A mí me gusta ver el tenis, pero no podría haber hecho una carrera en el tenis. Me gusta estar con los compañeros. Cuando intercambias cosas con otros, mejoras. En la academia del Cannes, con 14 años, me enseñaron esto. Los verdaderos límites los encuentras en las escuelas porque en la calle, cuando acaba el partido, haces lo que quieres. En la academia hay reglas. Reglas para dormir, reglas para levantarse de la cama, reglas para comer... Toda mi vida ha sido así".
"Ahora los chicos tienen mucha presión", observa; "pero el fútbol es así. Yo también tenía esa presión con 15 años. La presión de estar siempre a tope, la presión de tener que ganar... Y para eso tienes que dormir bien, comer bien... Si todos los días te impones comer sano, eso es una buena presión. Una presión que yo quería. La presión mala es la que te obliga a ser el mejor del mundo. A mis hijos les digo que pueden jugar sin tener que ser los mejores. Yo tampoco he sido el mejor. Pero lo he intentado".
"Cristiano Ronaldo", se asombra Zidane, "quiere ser el mejor. Y lo dice. Pero, cuando tiene la fuerza que tiene... Una cosa es decirlo y otra hacerlo. Él lo dice y después madruga para presentarse en Valdebebas a las ocho de la mañana, dos horas antes de lo previsto. Y ahí se queda seis horas. La gente dice que es un chulo, pero es noble. Buen chico y trabajador. Jugando cada tres días, no puede hacer tonterías y lo sabe. Le da igual meterse presión. Si le silban, le da igual. Al contrario. ¡Le gusta! Está mejor así. A mí que me silbaran no me gustaba nada. Y él habla. Yo, si puedo evitar hablar, no hablo".
Casi obligado por gentileza a hablar del Madrid actual, su análisis es tan radical como cabe esperar de un espíritu libre: "En mi época, como ahora, el Madrid también era un equipo construido para los atacantes. ¿Por qué? Porque un equipo así se hace para que reciba uno, dos goles por partido, porque se lo puede permitir. Porque con esos jugadores tú puedes ir y marcar tres goles por partido. Es lo que hacíamos cuando estaba yo. ¡Siempre ha sido así! Es una filosofía que no gusta a todos, pero no es descabellada si tienes buenos defensores. Tienes a Pepe, Sergio, Garay, Albiol... De todos modos, siempre te harán algún gol. A mí me gustaba porque así volvíamos y hacíamos más. Ronaldo, Figo, Raúl, yo... Era un estímulo. Es lo que... El fútbol es bonito cuando no se sabe nunca lo que va a pasar".
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